¿POR QUÉ MARCHAMOS?
El debate público sobre el paro en Colombia está dominado por el gobierno y las élites, no personas como yo
Este ensayo está escrito por un periodista ciudadano que se puso en contacto con Muros Invisibles pidiendo que amplifiquemos las voces de los menos representados en el debate público sobre el paro nacional en curso en Colombia.
Muchos dicen que no se debe salir a marchar. Con indignación y displicencia, afirman que las marchas son manipuladas por dirigentes políticos que convierten la frustración del país en una oportunidad para sus intereses electorales. Acusan a los manifestantes de ser incendiarios, terroristas y vándalos que ponen sus vidas y las de los demás en riesgo por participar en aglomeraciones en medio de una pandemia.
Pero la rabia, la indignación y sufrimiento en Colombia son más grandes que el miedo al Covid. Al menos eso es lo que pude percibir marchando en varios sectores del centro de Bogotá bajo la lluvia y aguantando los ataques de la fuerza pública, mientras miles de personas entonaban arengas de protesta en contra de los nefastos actos de gobierno. No vi terroristas, sino campesinos, comunidades indígenas y gente de todas las edades y condiciones sociales devastadas por la insensibilidad de este desgobierno. No, no hay otra forma de calificar este gobierno con semejantes planes de incrementar el costo de vida para los colombianos en momentos tan críticos.
Menoscabar la protesta social es una afrenta al derecho inalienable de expresar su malestar, sobre todo a puertas de una reforma tributaria que pretende llevarse por delante la posibilidad de vivir dignamente para los más pobres del país.
El presidente de este país está tan abstraído de la realidad que parece convencido de que su programa de televisión es la mejor arma contra el Covid. Actúa con la sevicia más inhumana en contra de los más pobres y vulnerables y todavía se atreve a llamar “ley de solidaridad sostenible” a una reforma que crucifica a la clase media, mientras gasta 14 billones de pesos en aviones militares y otros miles de millones de pesos en un programa de televisión exasperantemente inutil. Todo esto, a la vez que la cifra de muertos por el Covid supera las 70 mil personas. 70 mil fracasos de su plan para enfrentar la crisis sanitaria.
La gente marcha por la indolencia de un gobierno que prefiere ser generoso con los bancos y las grandes multinacionales, a las que premia con exenciones y subsidios durante la pandemia, mientras a los más pobres los castiga con más impuestos y con la más violenta represión. Claramente, no está interesado en cumplir o no comprende su deber constitucional de resguardar la integridad y la dignidad del pueblo, ni tiene el más mínimo reparo en acribillar por la espalda a los ciudadanos de a pie, incluso a los que votaron por él.
Su supuesta preocupación e insistencia para que se queden en casa y eviten contagiarse, no tienen ninguna credibilidad, en tanto ellos mismos incentivaron a la gente a aglomerarse en los almacenes y centros comerciales en el día sin IVA del año pasado, cuando ni siquiera habían vacunas disponibles ni se tenía suficiente información para tomar medidas eficaces frente a la pandemia. Fingir ahora preocupación y angustia por la vida de la gente, no es más que un burdo teatro y una completa hipocresía.
Los intereses del gobierno no son los mismos que los del pueblo colombiano, sino más bien opuestos: Mientras ellos priorizan la economía de los grandes empresarios, el pueblo pide ayudas para sostener sus pequeñas empresas y negocios desde el confinamiento. Mientras la clase trabajadora pide una renta básica para paliar la crisis, el gobierno pretende ponerle impuestos a la renta, a la comida y a los servicios básicos -algo que los más ricos podrán sobrellevar perfectamente- pero que arrasa con el sostenimiento de los más pobres en un país con cerca del 45% de margen de pobreza y donde el salario mínimo apenas llega a $12.50 USD por día.
Mientras el pueblo pide vacunas, ellos ordenan ralentizar la vacunación. Mientras el pueblo pide justicia, ellos procuran la impunidad para quienes han masacrado inocentes y saqueado los recursos del Estado. Mientras el pueblo quiere vivir en paz y tranquilidad, ellos quieren continuar su necro-política que perpetúa la maquinaria de guerra, horror y desangramiento.
En Colombia existen dos fuerzas muy desiguales. Por un lado, el Estado y todo su aparato diseñado para aplastar los sueños de los colombianos. Ellos tienen congresistas, medios, empresarios, bancos, jueces, tierras, riqueza, educación de élite y un ejército con un largo y cruento historial de violación a los derechos humanos. Por otro lado, el pueblo, a pesar de ser superior (como diría Gaitan antes de ser asesinado víctima de su osadía de desafiar el status quo), tiene solo las calles y su voz para gritar. Pero hasta ese último recurso lo quieren cercenar con una brutal represión y exceso de la fuerza pública, que ya ha cobrado la vida de cientos de activistas, manifestantes y líderes sociales en los últimos dos años, todos mártires de la causa social.
Antes de decir que no hay razones para marchar, o que la gente está equivocada por poner su vida en riesgo en una manifestación, hay que preguntarse qué será eso tan urgente y tan importante que mueve a las personas a desafiar el miedo extendido a la pandemia. Es algo más peligroso y más letal que un virus y que los impulsa a salir a la calle con firmeza y convicción. Es el miedo al hambre y la miseria, mil veces más grande que el miedo al Covid. Es la impotencia y frustración de ver cómo por décadas la clase política atropella su futuro y dignidad, la misma que exige ahora que sea el pueblo quien se haga cargo de lo que su insensibilidad ha provocado, la misma que habla de democracia, mientras ignoran las necesidades y los clamores del “populacho”.
La insinuación de que la gente marcha por obedecer dirigentes políticos no solo es un insulto a la capacidad crítica de miles de personas inconformes, sino también insensible y despectivo con su sufrimiento.
Las razones para marchar son sagradas y esenciales para reparar nuestra sociedad rota. Lo hacemos porque no tenemos otra plataforma ni canal para expresar la angustia. Desconocer esa realidad es darle una estocada violenta y descorazonada a la ya maltratada clase pobre de este país. El pueblo sufre por esta mezquindad y desconexión con la realidad, mientras el gobierno lo aplaude y lo celebra, porque es el discurso perfecto para poder seguir trapeando el piso con el pueblo y seguir aparentando que todo está bien, que aquí no pasa nada malo, que Colombia es el país más feliz del mundo y muchas otras mentiras más.
Por eso salimos a protestar.
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¿POR QUÉ MARCHAMOS? was originally published in Muros Invisibles on Medium, where people are continuing the conversation by highlighting and responding to this story.