Rabia feminista contra violencia feminicida en Colombia
La policía atacó las manifestaciones contra la violencia de género en Bogotá, mientras marchas similares unían a las mujeres en más de una docena de países en la región
Este artículo apareció originalmente en la revista Ojalá y fue encargado como parte de una colaboración especial entre PWS y la editora ejecutiva de Ojalá, Dawn Marie Paley.
Ante la oleada de feminicidios en apenas dos meses del 2024, el movimiento feminista en Colombia se tomó las calles con fuerza el 8 de marzo.
Desde el mediodía del viernes 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer Trabajadora, las organizaciones feministas se dieron cita en diferentes puntos de Bogotá. El punto final era la Plaza de Bolívar en el centro histórico. El cierre de la noche prometía un concierto con varias artistas locales que, al grito de “América Latina será toda feminista”, culminarían una fecha de conmemoraciones y reivindicaciones.
La preparación de la gran marcha en la capital empezó un mes antes, impulsada como desde hace cinco años por el proceso organizativo y de articulación feminista autónomo en Bogotá “Somos un Rostro Colectivo”. Cada ocho días, en diferentes lugares, se daban cita quienes de manera voluntaria quisieran hacer un aporte al evento. Todas podían poner un grano de arena. Algunas lo harían con fotografías, otras con sus saberes jurídicos, otras más con sus saberes gráficos.
Este año la marcha del 8M tuvo como lema principal: “Con fuerza colectiva tejemos y defendemos la vida. Exigimos justicia y digna autonomía”.
Las participantes reclamaban justicia para las víctimas de violencia de género en el país, ya que muchos de estos delitos suelen quedar en la impunidad. El Ministerio Público asegura tener registro de tres casos de violencia de género por hora en el país, en los cuales apenas el 10 por ciento de las víctimas tiene acceso a alguna ruta de justicia. Cuando se trata de casos con condenas los datos son más alarmantes. La misma entidad detalla que la impunidad en los casos denunciados roza el 98 por ciento.
Bogotá no fue la única con enormes movilizaciones. Los gritos de las colombianas se hicieron sentir en las principales capitales: Barranquilla, Cartagena, Medellín, Bucaramanga, Cali. En todas la convocatoria fue multitudinaria. De acuerdo con datos de la Alcaldía de la capital se habían contabilizado al menos 8,000 personas protestando.
Entre esas miles, la diversidad era notable y sobrecogedora. Mujeres con enormes vientres de embarazo, adolescentes en sus quinces, bebés de brazos y niñas agarradas de la mano de sus hermanas y madres. También, y a diferencia de años anteriores, había varones cisgénero, más de lo que se pensaría. Pero la multiplicidad era plena.
Desde hace al menos tres años, el contingente de mujeres negras autodenominado bloque negro antirracista se ha tomado amplios espacios dentro de las protestas feministas. Este año tampoco faltó, pero además las mujeres con sus pañoletas negras y amarillas eran muchas más. “Lo feminista no te quita lo racista”, exclamaban en medio de vítores.
Muy cerquita de ellas estaban las compañeras con experiencias de vidas trans y no binarias, que se han pronunciado contra espacios feministas porque han recibido insultos y violencia física en ediciones anteriores del 8M o el 25N, Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra las Mujeres. Sin embargo, pese a esas acciones este año, decidieron participar, reclamar su espacio y exigir respeto. Lo consiguieron.
Junto a las compañeras negras y las trans, ondeaban banderas enormes de colores blanco, el negro, el verde y el rojo que formaban la bandera de Palestina. Ese viernes, en todos los bloques había alguna referencia al genocidio en Gaza y en contra de la ocupación israelí. Quedó claro que, para las colombianas, rechazar el genocidio en Palestina también es una cuestión feminista.
Daniela Villamizar es madre y asistió a la marcha con un letrero que decía “Los cuidados sostienen al mundo”. En diálogo con Ojalá, cuenta que su apuesta feminista es visibilizar las labores del cuidado que han sido feminizadas. “Debe ser una tarea del movimiento acompañar las maternidades y quienes están desde sus casas ejerciendo trabajos de cuidado sin ser remuneradas de ninguna manera”.
Emergencia por violencia machista
“Hoy por mí, mañana por todas”, “Aborta tu Galán [en referencia al apellido del alcalde]”, fueron unas de las cientos de pintas que quedaron en las paredes del centro de la capital. La acción directa estuvo muy presente no solo ese día, sino los siguientes, en los medios que hablaban de un supuesto vandalismo.
El movimiento de mujeres en Colombia está furioso y con razón.
El inicio del 2024 ha sido particularmente violento. En poco más de dos meses de lo corrido del año ya se han registrado al menos 32 feminicidios, varios de ellos se han vuelto virales por su nivel de sevicia. El año pasado la cifra ascendió a 525 víctimas, según la oenegé Observatorio Feminicidios Colombia.
El cruento panorama persiste pese a que en Colombia hay un marco jurídico que sanciona las violencias basadas en género (Ley 1257 de 2008) y el feminicidio (Ley 1761 de 2015). La administración de Gustavo Petro se ha autodenominado feminista, e inauguró el año pasado el Ministerio de la Igualdad. Eso permitió que en el Congreso de la República se sancionara una ley que declaraba una emergencia por violencia machista.
Pese a todas esas políticas públicas y leyes, las mujeres siguen siendo asesinadas, en su mayoría cuando ya han alertado del riesgo. Alrededor de la mitad de las víctimas de feminicidio son madres. Casi mil menores de edad quedaran huérfanes por ese tipo de crimen desde el año 2020.
Ana María Granda es economista y trabaja para fomentar la economía del cuidado. Para ella el movimiento feminista, pese a la violencia estructural que viven en el país y sus debates internos, ha ido nutriéndose y creciendo abismalmente.
“Hace cinco años que vengo asistiendo a estas actividades y esta vez vi muchos tipos de manifestaciones, mujeres trans, mujeres negras, sindicalistas; eso es un logro enorme, que en la ciudad sepan que es un día nuestro y para manifestarnos”, apunta Granda. Ella salió de su trabajo, agotada según cuenta, directamente a unirse a la marcha. Y se quedó hasta el final.
La represión
Entre gritos de justicia el movimiento feminista se fue tomando el centro de la ciudad y, a medida que se iban acercando a la Plaza de Bolívar, la represión llegó. Desde el inicio, alrededor de un centenar de policías estaba en inmediaciones de las protestas. Cuando la tarde caía, también los gases lacrimógenos y aturdidoras.
Para ese momento ya la luz natural era escasa y, sin saber por qué o quiénes dieron la orden, el escenario final que era la Plaza de Bolívar se quedó rodeada por agentes policiales.
Por suerte, y gracias a los antecedentes del movimiento social en Colombia, había un equipo de mujeres defensoras de derechos humanos preparadas para hacerle frente a la represión. A los más vulnerables los sacaron rápido del lugar, dialogaron con la policía, y tenían sustancias para minimizar el impacto de los gases.
Con todo, de a poco las manifestantes se fueron reagrupando. Se negaban a permitir que, de nuevo, el miedo les quitara su derecho a la calle y a exigir vivir sin violencia, esa misma que estaban ejerciendo. La Alcaldía horas después se limpió la culpa, al igual que el Gobierno Nacional.
En televisión abierta, el presidente Petro respaldó las luchas de las mujeres, rindió cuentas sobre las políticas del gobierno en materia de género y pidió perdón por “no actuar con la celeridad que corresponde”.
En la ciudad de Medellín se presentó el caso más preocupante. Días después, la Alcaldía lanzó un cartel de búsqueda con los rostros de algunas de las manifestantes, tildándolas de vándalas y pagando una recompensa para conseguir su ubicación e identidad.
En Antioquia, el departamento del cual Medellín es la capital, se han registrado 19 feminicidios desde el principio del año. Esto sin mencionar que la ciudad presenta una grave presencia de mafias dedicadas a la explotación sexual, en particular de niñas empobrecidas. La furia feminista en sus calles era de esperar.
La mayoría de las mujeres que hablaron con Ojalá por mensaje desde Medellín coinciden en que el uso excesivo de la fuerza y la presencia policiaca empañó la esencia de la marcha y no tenía razón de ser. Muchas se han quejado ante las diferentes administraciones locales por no garantizar un espacio seguro para las niñas y jóvenes que salieron a las calles.
En el medio nacional El Espectador se pronunció una de las mujeres criminalizadas por parte de la Alcaldía de Medellín. Su rostro era uno de los seis que aparecía en un cartel de búsqueda.
En diálogo con ese periódico, señaló que marchó de manera pacífica por ella, que había sido abusada en varias ocasiones, y por el resto de mujeres que han sido violentadas. “Si antes salía con rabia a gritar, ahora más”, afirmó. “Voy a seguir con mi pañoleta morada hasta el final, así tenga miedo”.
Ante la fuerza represiva, emergió la fuerza de la unión y de la lucha. Tras el ardor de los gases y el temor de las aturdidoras, el pasado 8 de marzo las feministas colombianas se tomaron las principales vías, pintaron aquí y allá, se quedaron a oscuras en la plaza y permanecieron allí para culminar con baile la noche.
Todas con la decisión firme de que juntas somos como olas: crecemos.